Antes de la sociedad rápida y científica que caracteriza a nuestro siglo, fueron muchos los médicos que se preocuparon por el papel de la mente en el desarrollo de enfermedades físicas, en cómo las emociones y sus correspondencias fisiológicas afectaban al cuerpo.
Cada vez le dan más importancia de fijarse no solo a la contaminación, el tabaco o los alimentos en la formación del cáncer y otras enfermedades, sino también a cómo percibimos el mundo, cuál es nuestra actitud hacia las cosas que nos pasan, cómo vivimos nuestras vidas y cuánto estrés tenemos, porque quizás en entender que las personas no pueden dividirse estaba la solución al problema de por qué si un grupo de personas eran expuestas a ciertas sustancias cancerígenas, un porcentaje de ellas enfermaba pero otro no. ¿Genética, suerte o regulación emocional?
Parece que los estudios han ido confirmando que las emociones estresantes tienen una fuerte influencia en el desarrollo de diversas enfermedades, entre ellas el cáncer. Parece que las personas que experimentan frecuentemente la tristeza o ira no expresada, desesperanza, tienen sentimientos de impotencia, o una baja autoestima, podrían ser perfiles propensos a ciertas enfermedades.
Estresarse es una cuestión evolutiva, nos ayudaba a luchar o huir en caso de peligro, cuando vivíamos a merced de los depredadores. La respuesta fisiológica que produce el estrés es muy beneficiosa si tenemos que salvar nuestra vida en un momento puntual, pero esta liberación de hormonas, entre otros, enferma nuestro cuerpo si no tiene un fin. Y este es uno de nuestros principales problemas, que estamos siempre estresados, varias veces al día, todos los días, aunque ya ningún animal salvaje nos vaya a matar, algo que probablemente pasaba de manera puntual.
Reducir el estrés no es fácil en la sociedad en la que vivimos, sobre todo en ciudades grandes, donde los estímulos vienen de todos lados, sin dejar casi a nuestro cerebro descansar. Ruidos, contaminación, luces, imágenes por todos lados, gente que se mueve deprisa, coches que se mueven despacio.
Acabar con el estrés de nuestras vidas, significa reconectarse nuevamente con nosotros mismos, dejar un poco de lado el mundanal ruido y volver a “nuestra esencia”.
Pasar tiempo con tu pareja, hablar con tus padres, tomar algo con los amigos, escuchar a tus familiares, las relaciones íntimas y cercanas mejoran la presión arterial, reducen los niveles de estrés, ansiedad, reducen la sintomatología depresiva, y como este tipo de patologías propician enfermedades corporales o disminuyen su recuperación, las buenas relaciones también contribuyen a prevenir o recuperarse del cáncer, entre otras afectaciones.
Si el estrés genera enfermedad, las personas que te estresan tienen esa capacidad. Deséchalas y no sufras por ello, al final es tu salud y tu vida las que están en juego.
Muchas veces las cosas del pasado, nuestros traumas, nos persiguen y molestan. Deséchalos. Técnicas psicológicas como el EMDR, la terapia sensoriomotriz, la Caja de Arena, acompañadas de una buena terapia psicológica, te pueden ayudar a librarte de esos fantasmas que vuelven una y otra vez.
El cerebro se agota y se estresa cuando tiene que estar pensando constantemente en qué debe hacer, qué no hizo, obligaciones, preocupaciones, haz una pausa, respira, conecta con el aquí y ahora, con tu respiración. Y no temas postergar las cosas que no te agradan. La vida tiene una duración definida, y si algo la hace tan valiosa es que no sabemos cuándo llegará el fin de la nuestra ni el de los nuestros. ¿De verdad limpiar la casa es más importante que jugar con tus hijos o hacer planes con tu pareja?
Se ha visto que emociones como la ira, la tristeza, la ansiedad o el miedo, cuando se sostienen indefinidamente, producen alteraciones en nuestra salud como dolores de cabeza, enfermedades arteriales, trastornos digestivos, etc. No solo porque cambian nuestras respuestas fisiológicas dañando nuestro cuerpo (hipertensión, elevación de la frecuencia cardíaca, etc.) sino porque nos alejan de las conductas de salud (buena alimentación, deporte, relaciones sociales) y de las emociones positivas o placenteras, que aumentan el bienestar y sirven de protección para la enfermedad. Practicar la felicidad es posible, solo hay que saber cómo.
Pero no a forma de dieta, sino como estilo de vida. Alimentos vegetales como base para una dieta sana son fundamentales, así como ciertos aditivos como la cúrcuma, por ejemplo.
Libera endorfinas, por lo tanto, felicidad. Correr, nadar y sobre todo, aquellos que conectan con tu interior, como el yoga o el tai-chi, pueden ser grandes opciones para volver a recuperar tu paz interior y cuidar tanto tu mente, como tu cuerpo.
Vivir en base a lo que nos dicen otros o lo que dicta la sociedad genera estrés y tristeza, por lo tanto, enferma nuestro cuerpo. Tener valores, principios y vivir en torno a ellos, sintiendo que cada objetivo que das está de acuerdo a un fin, te hará sentirte más valioso y sobre todo positivo frente a los problemas de la vida.
Si los estímulos producen estrés al cerebro, volver a la naturaleza, a su quietud, a su tranquilidad, nos provocará paz y relajación. La naturaleza es fuente de calma, aprovecha para contemplarla, para conectarte con ella, para enraizarte. Hacer Mindfulness o yoga en un lugar natural es doblemente efectivo.