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Con los ojos cerrados dije: lo siento.
Y escuché una voz lejana que decía: lo siento!.
Con gran respeto le respondí: Lo sé.
Después pronuncié: Perdóname.
Y la misma voz lejana dijo: Por favor perdóname.
Con asombro le respondí: Te perdono.
Continué diciendo: Gracias.
Y esa voz dijo: Te agradezco.
A lo que respondí: Con una sonrisa.
Finalmente grité: Te amo.
Y la voz dijo: Claro que te amo!
A lo que respondí: Ahora lo sé.
Entonces sorprendida, lloré.
No sé de quién es la voz (no es un eco). En realidad no estoy interesada en averiguarlo. Al estar tan conectados, esta voz que me pide perdón y que a la vez me perdona, puedes ser tú hace dos mil años, puedo ser yo misma al principio de la Creación, o quizás alguien que aún no ha nacido y desea hacerlo. No sé. No estoy interesada en saberlo. No nacimos para estar buscando, nacimos para dejarnos encontrar, para amar, o sea ser amantes.
Sólo hay uno de nosotros. La unidad. Sé que esto no es fácil de asumir, para mí no todo el tiempo lo es. Pero en el juego mental, somos miles de millones y cada uno supuestamente actúa por separado. Esto es lo que permite que las relaciones tal como las vemos, tengan lugar. Y está bien. Sin embargo, después de que experimenté esto, pude ver que si bien no comprendemos que somos la unidad, estamos tan fuertemente conectados, que cuando yo pido perdón, alguien me está pidiendo perdón, que cuando yo perdono, ese alguien me perdona. Que en la misma medida en que perdonamos, así somos perdonados. Que en el juego de la vida, las voces ancestrales se cuelan al presente para darnos una oportunidad, que ellos anhelan, y que nosotros merecemos. Tú eres la mejor oportunidad que tiene el mundo, por no decirte que la única.
«En todas tus desesperanzas, en todas tus desilusiones, tus frustraciones, tus rencores, tu dolor, tu culpa, tu nostalgia, tu carencia, tu pesar… Una voz que no parece tuya, te susurra: Te quiero, lo siento, por favor perdóname, gracias. Y tú le escuchas. Y le quieres. Y lo sientes. Y le perdonas. Y le agradeces. Y sonríes. Te descubres en ella. Y vuelves a empezar.»