Cuando alguien nos mira a los ojos y de forma sincera nos pregunta cómo nos encontramos, solemos sentir esa sensación de alegría que emana de sentirnos reconocidos, trascendentes, relevantes, merecedores.
El amor que damos y recibimos de nuestro entorno hace que la vida tenga mucho más sentido.
El valor de preguntarle a alguien ¿Cómo estás? de manera transparente y franca se deposita en las palabras, pero no reside en ellas. Su importancia nace del interés que revelan. Percibir que otra persona se interesa por nosotros alimenta nuestra autoestima. Es algo inherente al ser humano.
Todo viene de vuelta. Cuando te conviertes en alguien que muestra interés por los demás, tu mundo cambia. Esta unión con los otros nos reporta numerosos beneficios: acrecienta nuestra autoestima, nuestro bienestar psicológico, nos ayuda en nuestros proyectos, podemos aprender cosas nuevas e incluso aumenta nuestro sistema inmunológico.
Como puedes apreciar, el interés auténtico por el prójimo suele convertirse en un bienestar profundo hacia uno mismo. La felicidad procede en gran medida del acompañamiento de nuestros iguales y es preciso por ello cultivar esta atención.
Una mirada sincera, un gesto de tender la mano y un sentimiento que sin palabras, es capaz de decir “aquí estoy si me necesitas” puede ser más valioso que cualquier otra cosa material. Descentrarnos de nosotros mismos nos hace libres, humanos y en consecuencia, personas inmersas en relaciones basadas en el amor y la verdad. ¿No merece la pena intentarlo?