Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Así comienza Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Así, comienza, cómo comienza la vida. Porque el astro rey, junto al canto del gallo y a algún despertador molesto, anuncia el final de la noche, igual que este libro, que inspira el alma y nos hace de brújula para ponernos frente al espejo y cuestionarnos quiénes somos realmente. Quiénes creemos ser.
Bach, a través de Juan Salvador Gaviota, nos habla de ese proceso de reconocimiento, del aliento en forma de retorno a toda inversión que hagamos en él. Porque será nuestro, propio, digno para que lo enseñemos. Digno de orgullo, nada de una autoestima recién fregada por la que podamos resbalar. Esta obra, clásico ya, también nos habla de las dificultades que conlleva romper con lo establecido, de lo poderosa que puede ser la fe y la pasión para realizar un cambio personal y también en el seno de una sociedad.
Las grandes búsquedas nacen de las grandes preguntas y es que Juan Salvador Gaviota no comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse más tiempo, con menos esfuerzo. Juan tenía una pasión y era volar, rápido y elegante. Así estos interrogantes eran para él un estímulo para experimentar, observar y deducir.
Mientras, su madre le preguntaba por qué le costaba tanto ser como los demás. Y es que, Juan, por encima de ser como los demás quería saber, conocer. No me importa ser sólo hueso y plumas mamá. Sólo quiero saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nada más. ¿Qué sencillo verdad? ¡Qué verdad tan despojada de adornos! De ser más o menos que el otro. Beber directamente la felicidad del placer que da explorar tus propios límites. De concederte esa oportunidad a ti, igual que muchas veces se la damos a los demás.
Y fue en su mayor momento de crisis donde Juan Salvador Gaviota recibió su mayor inspiración. […] No habría más desafíos ni más fracasos. Y le resultó grato dejar ya de pensar, y volar, en la oscuridad, hacia las luces de la playa. Y mientras volaba y se resignaba, Juan Salvador Gaviota se dio cuenta de que en esa oscuridad -solo, en silencio, apagado el eco de los demás-, había conseguido ir más allá que cualquier gaviota: volar en la oscuridad.
Y es que muchas de las soluciones que encontramos aparecen por insight. De repente, diríamos. Aparecen después de un tiempo de reflexión en el que convivimos con la sensación de estar estancados. Y cuando esto se produce, todo nos parece tan evidente que pensamos que el tiempo rentable ha sido realmente ese instante y no el tiempo previo, cuando realmente no es así. Hemos necesitado transitar por muchos caminos equivocados y aprender ene ellos, para elegir finalmente el correcto.
Y después de ese “darnos cuenta” todo parece encajar. Se dio cuenta de que al mover una sola pluma del extremo de su ala una fracción de centímetro, causaba una curva suave y extensa a tremenda velocidad. Antes de haberlo aprendido, sin embargo, vio que cuando movía más de una pluma a esa velocidad, giraba como una bala de rifle… y así fue Juan la primera gaviota en realizar acrobacias aéreas.
Me decía hace unos años un chica que había optado por una determinada plaza MIR que la había elegido, no porque fuera el mejor centro, sino porque era el lugar donde ella creí que podía aportar más. ¿Qué pocas veces elegimos esto verdad? Decantamos por la opción con la que más podemos enriquecer y no enriquecernos. Lo que ignoramos a menudo, cuando no contemplamos esta variable, es que donde más podemos aportar a la larga también es la opción que más y mejor nos va a nutrir.
Juan salvador Gaviota, cuando realiza su descubrimiento, se siente muy contento por haber encontrado respuestas, por haber mejorado, pero también porque se imagina que podrá enseñar a las demás gaviotas. Sin embargo, la acogida que recibe Juan no es buena, los cambios son como los insight, muchos de ellos requieren de un tiempo de resistencia.
“¿Quién es más responsable que una gaviota que encuentra y persigue un significado, un fin más alto para la vida?”
-Juan Salvador Gaviota. Richard Bach-
Al que supera las dificultades, e incluso resiste con ánimo la incomprensión de los demás, le aguarda el cielo. Pero no el cielo religioso, sino el cielo que nace de esa mirada frente al espejo. Del reconocimiento y la seguridad que otorga la coherencia entre quienes hemos querido ser y quienes hemos aspirado a ser. Esto, con independencia de haberlo conseguido.
Dicho ejercicio de honestidad es el que recompensa al final de la pasión desplegada y es entonces cuando estamos preparados para una nueva revolución. Porque la vida, igual que Juan, es dinámica. Porque todo proceso nos completa y nos deja incompletos al mismo tiempo, y es la habilidad para movernos en esta contradicción la que aleja a la sensación de vacío que se origina en el sentir de vagar sin rumbo.
Y en ello, la memoria, finalmente nos ayuda. En palabras de Juan Salvador Gaviota “La Tierra había sido un lugar donde había aprendido mucho, por supuesto, pero los detalles se le hacían ya nebulosos; recordaba algo de la lucha por la comida, y de haber sido un Exiliado”. Lo importante, lo realmente importante, es que Juan nunca fue un exiliado de sí mismo, de su propio corazón.