Me resulta curioso y hasta me hace sonreír este consejo que se extiende con tanta intensidad estos días: «quédate en casa.». Me recuerda algo que suelo compartir y que da título a la inspiración poderosa que guía mi vida: volver a casa. No nuestra casa física, como se nos está proponiendo, sino nuestro verdadero Hogar interior, ese que abandonamos mentalmente, el instante presente.
Subyaciendo a este movimiento acelerado de nuestras mentes, nuestra emocionalidad y nuestros cuerpos, estos días la vida nos ofrece una invitación silenciosa, una invitación que lleva ofreciéndonos desde tiempos inmemoriales: “Quédate, hijo, quédate en el Hogar, quédate conmigo. Soy tu vida, ésta que late, respira y siente aquí, en el corazón de tu experiencia, tan íntima y entrañable, tan pura e inocente, esperándote siempre con los brazos abiertos.”
Quedarnos en casa, reducir nuestras actividades externas, acercarnos más a lo inmediato, compartir más tiempo y espacio con lo que normalmente consideramos “menos valioso” que lo externo… es todo un reto que raramente aceptamos, entretenidos con tantas actividades, obligaciones y distracciones que parecen brillar más.
“Quédate conmigo -dice la vida- estás cansado. Detén por un momento esa alocada búsqueda de otra cosa y ven aquí, siéntate en mis brazos, siente esto, saborea esta respiración, familiarízate con tus sensaciones, tus emociones, tus pensamientos… No los desprecies más. Reconócete como el espacio inmenso y cálido que todo lo acoge.”
Esto no requiere quedarse en casa físicamente, en absoluto. Pero es verdad que dada nuestra tendencia a abandonar el Hogar, a separarnos de lo más íntimo, nuestra propia vida, aquietarnos físicamente puede ser una enorme ayuda que nos traiga más cerca, más profundo. Y se nos está poniendo muy fácil: es lo que toca. Hasta nos lo dicen en los medios informativos con insistencia: “quédate en casa”. Mi corazón lo traduce así: “habita tu espacio interior, vuelve al Hogar, cultiva lo cercano, nutre tus adentros…” ¿Aceptamos?
Surgirán las barreras, las resistencias, claro que sí. Buscaremos incluso seguir entreteniéndonos, pensando sin cesar o recurriendo a nuestros habituales vías de escape… Pero tarde o temprano, la amorosa voz de la vida se dejará sentir con fuerza: aceptaremos quedarnos de verdad, habitar este instante, acompañar nuestro latido, honrar nuestro aliento, abrazar nuestras emociones, observar el ir y venir de esos pensamientos que hemos temido tanto…Y contemplar a los seres que nos rodean, restablecer la mirada, perdida entre las imágenes de nuestros artilugios informáticos durante tanto tiempo… Y quizás podamos descubrirnos de nuevo, sentirnos. Abiertos como nunca, sin más deseo ya de revestirnos de un disfraz, quizás empecemos a reconocernos inseparablemente unidos a todo, compartiendo la misma esencia. Posiblemente nuestro corazón cante y queramos compartir su canto…
Eso que temíamos y a lo que nos resistíamos, se nos brinda hoy, bajo una apariencia de tintes amenazadores, en esta comedia desencadenada por el virus: quedarnos en casa. Pero, en realidad, encierra un tesoro escondido. ¿Lo descubrimos?
Autora: Dora Gil