Todos tenemos mucho dolor reprimido en lo más profundo de nuestro interior, lo que dificulta que vivamos verdaderamente conectados con nuestra esencia, disfrutando plenamente del momento presente.
Estamos vivos y eso es lo único que necesitamos para ser felices.Pero dado que lo habitual es que estemos desconectados de nuestro corazón, solemos sentir un desagradable y molesto vacío en nuestro interior. Prueba de ello es que en general somos incapaces de estar solos, en silencio y sin hacer nada. Primordialmente porque al abandonar cualquier distracción y quedarnos en un estado de quietud, empezamos a escuchar y a conectar con nuestro mundo interior, el cual a menudo rebosa insatisfacción.
Para trascender este malestar, el mejor remedio reside en aprender a fluir. Y lo cierto es que el primer paso es a menudo el más difícil. Consiste en salirnos de la rueda mecánica en la que se ha convertido nuestra existencia para dedicar tiempo y espacio para estar con nosotros mismos sin distracciones de ningún tipo. De hecho, no hacer nada es la acción por excelencia. Esencialmente porque es en el silencio y en la inactividad donde reconectamos con lo que somos y con lo que sentimos. Sin embargo, dado que llevamos tantos años escapando de nuestro malestar, esto es precisamente lo primero con lo que nos encontramos. Así, el vacío existencial es la cortina de humo que nos separa de nuestra verdadera esencia y, en consecuencia, de nuestro bienestar.
Si no nos permitimos conectar y sentir el dolor emocional que anida en nuestro corazón, jamás nos liberaremos de él. Y a menos que lo extraigamos de nuestro organismo, seguiremos siendo incapaces de disfrutar plenamente del aquí y ahora. La sensación de fluidez con la que podemos vivir cada momento sólo es posible si nos sentimos a gusto y en paz con nosotros mismos en el presente. Es entonces cuando se nos revelan dos verdades inmutables: que «nosotros somos lo que andamos buscando» y que «no hay mayor fuente de felicidad que vivir en el presente, en un íntimo contacto con la realidad». Esta es la esencia de la sobriedad. De pronto corroboramos que nuestro bienestar no depende de ningún estímulo externo. Y esta comprensión nos permite vivir desde la no-necesidad. Es decir, sin necesidad de que ocurra algo diferente a lo que está ocurriendo en cada preciso momento.
Al sentirnos felices por nosotros mismos, fluimos con los demás y con nuestras circunstancias tal y como son. Y al no ser víctimas del aburrimiento, ya no sentimos la necesidad de hacer algo para huir o escapar. Pongamos por ejemplo que hemos quedado con unos amigos para ir de excursión y de pronto se pone a llover. Dado que somos conscientes de que no tenemos ninguna necesidad de ir, no pasa nada si se cancela el plan. Simplemente fluimos, adaptándonos a lo que está sucediendo. Principalmente porque al estar verdaderamente bien con nosotros mismos, sabemos que este bienestar nos seguirá acompañando tanto si vamos de excursión como si nos quedamos en casa.
Aprender a fluir también significa aceptar cada momento exactamente tal y como es. Es decir, hacer las paces con la realidad, dejando de pelear y discutir con lo que es en cada instante. Así es como dejamos de perturbarnos a nosotros mismos. Y como consecuencia, tampoco tenemos la necesidad de cambiar nada ni a nadie. Imaginemos que estamos en medio de un atasco de tráfico, justo el día que tenemos una importante reunión profesional. Es evidente que vamos a llegar tarde. Al tomar consciencia de que no hay nada que podamos hacer para acelerar la marcha del resto de coches, no es necesario impacientarnos ni tomarnos ningún chupito de cianuro. Por el contrario, podemos llamar a la oficina y decir que nos retrasaremos. Mientras, fluimos con el momento tal y como se está presentando.
Al llegar al despacho, nos limitamos a pedir disculpas a nuestro jefe y a nuestros compañeros de trabajo. Y dado que ya no somos esclavos de nuestras necesidades emocionales (como la de ser queridos o valorados), aceptamos con una sonrisa los comentarios que las demás personas puedan decir acerca de nuestra impuntualidad. Al sentirnos en paz con nosotros mismos, actuamos desde la responsabilidad y la aceptación, pudiendo fluir con lo que sucede sin necesidad de herirnos emocionalmente.
Aunque no nos lo parezca, ahora mismo todo está bien. Todo está en su sitio, tal y como tiene que ser. De ahí que los sabios afirmen que«todo es perfecto tal y como es porque está en su proceso de perfección». Eso sí, esto no quiere decir que nuestras actuales circunstancias externas sean perfectas, pero sí que tenemos la capacidad de percibirlas de esa manera. Así, la sensación de fluidez deviene cuando comprendemos que la realidad siempre es aquí y el momento siempre es ahora. No en vano, el pasado es un recuerdo y el futuro es pura imaginación. Lo único que existe de verdad es el presente.Nuestra auténtica realidad es el lugar donde operan nuestros cinco sentidos físicos. Si ahora mismo estamos leyendo este artículo, estamos leyendo este artículo. Todo lo demás es una ilusión creada por nuestros pensamientos. Si somos capaces de sentirnos en paz y a gusto aquí y ahora, este momento de bienestar irá expandiéndose y asentándose en nuestro interior, acompañándonos a dónde quiera que vayamos.