Casi todos en algún momento hemos albergado el deseo de vivir libres de miedo. Hablamos de una emoción básica que nos permite mantenernos a salvo de peligros reales. El problema es que el miedo es una emoción a la que le gusta tomar el control, no distinguiendo demasiado bien en ocasiones aquello que representa una amenaza real de lo que no lo representa.
Es entonces cuando la emoción se vuelve desadaptativa. Por otro lado, uno de los miedos más universales es el miedo a lo desconocido. Es tan universal porque la incertidumbre que representa el camino no transitado en muchas ocasiones también es necesaria para avanzar.
Además, muchos de los miedos con los que negociamos pueden ser inconscientes, como el miedo al fracaso, a exponernos a los demás, al rechazo, al qué dirán. Luego están miedos mayores, como el miedo a la enfermedad, a la muerte, a la pérdida de un ser querido, a la vejez, a la soledad, en definitiva, tenemos miedo a sufrir. Incluso en muchas ocasiones tenemos miedo a brillar con luz propia.
Piensa en las cosas que te dan miedo e intenta tomar conciencia de cómo se expresan en tu cuerpo. Los pensamientos, la emoción que producen y la corporalidad son una triada de la que muchas veces no somos conscientes. Se retroalimentan, para lo bueno y para lo malo.
De la misma manera que la emoción del miedo afecta a los pensamientos y al cuerpo, podemos revertir el proceso y bajar el nivel de emoción a través de cambios en el pensamiento y el cuerpo. El miedo tiene respiración propia. Es rápida, corta, entrecortada y frecuente. Hacer un cambio de respiración consciente baja de inmediato el nivel de la emoción.
Es necesario enfrentarnos a nuestros miedos desde el origen y una buena estrategia de comienzo consiste en identificar su causa primaria. Este es un ejercicio que resulta muy valioso cuando se escribe sobre el miedo y sus posibles semillas. Por ejemplo, escribir nos puede ayudar a poner orden en el caos mental que es el estado en el que al miedo le gusta vivir.
En muchas ocasiones, un miedo específico no es más que el aviso de que necesitamos más herramientas o recursos. Si no dejamos que nos paralice y nos enfocamos en analizarlo con algo de profundidad, podremos encontrar mucha información valiosa acerca de nosotros mismos e, incluso, algunas pistas sobre qué decisiones tomar.
Es bueno aprender a confiar en que tenemos los recursos necesarios para solventar las situaciones que puedan darse en el futuro. No podemos tener todo bajo control, y aceptarlo nos puede hacer bien.
Piensa que ya has vivido situaciones difíciles en el pasado y que cada vez cuentas con más habilidades. Si crees que sería bueno desarrollar alguna otra habilidad en este sentido y tienes la posibilidad, ponte manos a la obra.
Deja de tenerle miedo al fracaso. Los fracasos son solo un sinónimo bastante feo de un intento malogrado, pero que a la vez aporta las claves para el éxito en el futuro. La vida consiste también en acumular experiencias nuevas, desconocidas, con el reto de incertidumbre que puedan plantearnos.
Si nos limitamos a aferrarnos siempre a lo seguro -prisioneros en vez de libres de miedo-, estamos limitando buena parte de nuestra potencialidad. Si el miedo a fracasar, a hacer el ridículo o a que nos hagan daño no nos permite ir un poco más allá, estaremos dejando que el miedo y la preocupación tomen el control.
Generalmente todos tenemos de las dos a partes casi iguales. Las experiencias negativas quedan fuertemente grabadas en nuestro cerebro, pero eso no quiere decir que hayan sido más numerosas que las buenas experiencias. Así, una memoria injusta con nuestro pasado nos hace menos libres de miedo.
Te propongo que leas sobre las vidas de otras personas. Hacerlo te permitirá ver como casi todos los éxitos han ido precedidos de intentos que no corrieron la misma suerte. Así, la fe en lo que podemos aprender del error, darnos el permiso para equivocarnos, nos hará más libres de miedo.