Me gusta porque no se le nota que está rota. Me contagia esa idea de que se puede ser feliz a pesar de tener un corazón despedazado.
Yo sé que así lo tiene, le falta una pieza de ésas que nunca más va a encontrar. Ella va a vivir sin una parte para siempre.
Con un corazón desarmado, que nunca va a armarse de nuevo. Pero ella no se detiene… se levanta, continúa y no se le nota que renguea.
Sigue, sigue jugando con esas piezas que le quedan, sabiendo qué nunca más va a volver a tener el rompecabezas armado arriba de la mesa.
Ella sigue caminando con ese vacío incrustado en el pecho, ella sigue jugando con lo que le queda y guarda el dolor de la pieza que le falta para otro momento.
Ella sigue estando de pie, no está sanada, no va a sanar, al menos no tan pronto cómo ella quisiera, lo sabe. Pero se levanta con esa fortaleza del que sabe qué así es la vida.
Ella ya entendió todo, sabe que perdió la batalla, “lo sabe”, pero se ríe, y a veces disfruta; contagia la idea de que se puede. Que, aún rota, se puede si se quiere.
Ella perdió justo lo que no tenía que perder, de todas las cosas posibles justo ésa no tenía que perder, y la perdió, y le duele en el pecho y en la garganta. Extraña.
No se agarra de nada que la distraiga de la verdad de saber que el ya no está y que no va a volver. Pero ella sigue. A veces tropieza, pero ella cree qué tropezar mirando al cielo siempre es mejor.
Y sigue, no tiembla… y entonces a mí, me gusta esa sonrisa en su cara, me hace pensar qué se puede, me gusta mirar que sigue con lo qué tiene, que no busca reemplazos.
Me gusta mirarla porqué me muestra una evidencia qué me cuesta asumir. Sí, la gente rota puede seguir su curso, pueden ser felices a pesar de todo.
Ella es feliz, las sonrisas no mienten, la mirada tampoco. Ella es feliz, y está hecha pelota, no es careta., no es valiente, es simplemente una chica qué rota camina igual. Porqué sabe que al final nadie más lo hará por ella.
Por Lorena Pronsky