Un importante número de filósofos estoicos sostiene la idea de que existe un orden universal en todo lo que ocurre. Dicho de otro modo, todo lo que sucede es perfecto, de una forma u otra. Es decir, que solo ocurre lo que debe ocurrir: lo que ha de suceder, sucederá. Dentro de quienes han sostenido esa perspectiva se encuentran grandes pensadores, entre ellos, Séneca.
La perfección de la que hablan estos filósofos no es la ausencia total de errores, defectos o dificultades. A lo que se refieren es a esa suerte de coherencia, a partir de la cual cada pieza encaja en el lugar que le corresponde. Hay una lógica interna en los hechos, que siempre termina imponiéndose.
“Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati [amor al destino]: el no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No solo soportar lo necesario, y aún menos disimularlo ―todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario― sino amarlo”.
-Federico Nietzsche-
En este punto los estoicos coinciden con las filosofías orientales y con una gran cantidad de religiones. Todo lo que sucede es perfecto porque cumple con un destino. No necesariamente un destino escrito de antemano, sino configurado por infinidad de circunstancias que confluyen para dar lugar a todo lo que nos sucede constantemente.
Hay toda una serie de circunstancias que nos marcan un destino desde que nacemos. En primer lugar, el solo hecho de nacer no es una elección. Luego está nuestra configuración genética, que tampoco es fruto de la decisión deliberada de nadie. Además, también nacemos inscritos en un sexo u otro. Todo ello en su conjunto ya define una gran constelación de circunstancias que determinan nuestra vida.
A esto podemos sumar el hecho de que no elegimos los padres que nos traen al mundo. Tampoco la nacionalidad, ni la clase social, ni la familia extensa, ni el entorno inmediato. Como tampoco tenemos ningún control sobre el momento histórico en el que nacemos. Esos condicionamientos múltiples escapan por completo a nuestro control.
Por si todo lo anterior fuera poco, también nuestro destino está modelado en gran medida por el lugar que ocupamos entre nuestros hermanos y por el estado físico y emocional en el que se encuentran nuestros padres al momento en el que venimos al mundo. Luego, muchos azares van a darle forma a nuestra crianza. Para los estoicos, todo lo que sucede es perfecto, porque da como resultado una forma única y exclusiva de vida.
Obviamente, muchos de esos hechos iniciales de lo que podemos llamar “el destino” encierran contradicciones, dificultades y problemas. Sin embargo, también señalan un camino específico, que cada uno de nosotros debe recorrer, de acuerdo con sus particularidades. Todo lo que sucede es perfecto de ahí en adelante, porque desarrolla la esencia de lo que somos.
El error está en suponer que existen los modelos o los paradigmas universales para el ser humano. Ni hay un tiempo ideal para nacer, ni hay padres ideales, ni ninguna de las otras circunstancias pueden estar exentas de contradicciones. No darnos cuenta de esto, nos lleva a una inconformidad absurda.
Y es absurda porque es inútil rebelarnos contra lo imposible. Podemos renegar mucho, pero esto no cambia nada. De hecho, cuanto mejor se aprenda a aceptar esa realidad única y exclusiva que nos tocó vivir, menos expuestos vamos a estar al sufrimiento. Es como si una rosa renegara por no ser clavel. Absurdo.
Ni Séneca, ni los demás filósofos estoicos, piensan que la aceptación de ese destino único que nos corresponde equivale a la resignación. Mucho menos a una resignación amarga, que conduzca a la impotencia. Más bien propugnan porque abramos los brazos a lo que nos ocurra, comprendiendo que todo lo que sucede es perfecto. Celebrar ese misterio que nos hace completamente únicos en el mundo.
Tenemos, de todos modos, un margen de acción. Es pequeño, pero existe. Se manifiesta como la posibilidad de optar por uno u otro camino, por una u otra acción, en diferentes momentos de la vida.
Los estoicos insisten en que la aceptación del orden universal se materializa cuando no renegamos por los resultados de nuestras acciones, sino que los abordamos como una revelación. Una señal de que todo lo que sucede es perfecto.
Lo que somos y lo que hacemos de nuestra vida no es loable si se ubica dentro de lo “correcto”. Todo ello tiene un valor intrínseco porque se trata de la expresión de un destino que ya está diseñado en gran medida. La función nuestra es tratar de comprenderlo, de darle curso y de aceptar con gratitud lo que nos trae.