La vida no tiene sentido. Esa es la principal creencia de quienes experimentan la desgarradora sensación de la desidia por vivir, el peso de las injusticias y una especie de desconexión de todo lo que les envuelve.
Suelen ser personas reflexivas que indagan en cuestiones de gran trascendencia, como la muerte o la falta de libertad, y que no pueden desprenderse de un profundo vacío existencial que les engulle cada vez más fuerte. Vacío al que la sociedad contribuye con sus imperantes mensajes relacionados con los valores individuales y la satisfacción inmediata.
Aunque también son aquellos que navegan en la búsqueda del placer y la necesidad de satisfacción instantánea, con el único fin de anestesiar su sufrimiento. La diferencia está en que estos últimos no reparan en el vacío que experimentan.
Para unos y otros, no hay respuestas al porqué de vivir. Nada les llena, nada les satisface y, precisamente, eso les acaba atrapando en un estado psicológico de sufrimiento. En la mayoría de los casos, esta situación deriva en una profunda depresión o en conductas autodestructivas.
El vacío existencial es la espiral del sinsentido y la consecuencia de reconocerse a uno mismo como alguien que mira el mundo con una perspectiva diferente al resto por las incongruencias detectadas o como alguien que se ha dejado llevar por la consecución del placer para evitar el sufrimiento. Por desgracia, un fenómeno muy extendido en la actualidad. Profundicemos.
El desarrollo de un sentido de la vida puede frustrarse cuando las metas y objetivos no terminan de realizarse o cumplirse; cuando el choque entre expectativas y realidad es tan fuerte que solo la desilusión hace acto de presencia, o bien cuando las situaciones de crisis amenazan la sensación de seguridad y certidumbre y no se cuenta con las herramientas adecuadas para hacerlas frente.
Todo ello desemboca en un profundo estado de frustración existencial que vacía a la persona por dentro y que, en ocasiones, la lleva hasta un doloroso abismo. Es como si en su interior albergaran un denso desierto, ese en el que el absurdo domina la existencia y se pierde casi toda capacidad de conectar y sentir a los demás.
Para el psicólogo Benjamín Wolan, este estado recibía el nombre de neurosis existencial y la definía como “el fracaso para encontrar un significado en la vida, el sentimiento de que uno no tiene ninguna razón para vivir, para luchar, para esperar… de que uno es incapaz para encontrar una meta o una directriz en la vida, el sentimiento de que, aunque los individuos se esfuercen mucho en su trabajo, en realidad no tienen ninguna aspiración”.
Algunos autores, como el psicoterapeuta Tony Anatrella, señalan la búsqueda constante de satisfacer al ego como la causa de esta pérdida del sentido, ya que son acciones egoístas que impiden la capacidad de transcendencia personal.
Y en relación a esto, otros autores afirman que la pérdida de sentido está asociada con la desaparición del otro, la supremacía de los valores individualistas y la obtención del placer como mecanismo -errado- para ser feliz. De esta forma, la persona se aferra a sus deseos individuales, y el sentido de las referencias sociales, como la convivencia, la solidaridad o el respeto mutuo entre otros, se diluye.
Así, cuando se confunde la realidad y los medios para alcanzar la felicidad se convierten en fines en sí mismos, se corre el riesgo de caer en el vacío. Las emociones placenteras cortoplacistas, como el goce o la alegría, proporcionan placer, pero no autorrealización y como todo placer conllevan el peligro de crear esclavitud o adicción.
De alguna forma, el hombre tiene necesidad de hacer algo con su vida, que sea no solo bueno, sino también hecho por él. Por lo tanto, el sentido de la vida está relacionado con el destino que desea y necesita; pues a través de ese desear, el hombre pretende ofrecer la libertad a su propio desarrollo, ya que cuando vive plenamente, es cuando su libertad trasciende los límites de su inmanencia y comprende que el sentido de su vida no se reduce únicamente a algo material y finito, sino que trasciende, va más allá.
El problema es cuando esto no ocurre como esperaba, cuando las circunstancias no cumplen las expectativas de su proyecto de vida y el sinsentido lo lleva hasta el abismo del vacío existencial.
Según el psiquiatra suizo Viktor Frankl, el hombre tiene principalmente tres dimensiones:
Así, cuando la persona experimenta un profundo estado de tedio, desgana y está perdida en el laberinto de su existencia tiene conflictos en su dimensión espiritual. No es capaz de integrar sus heridas, incluso puede que ni siquiera las identifique; pero tampoco de encontrar un porqué a su existencia, de manera que se ahoga en el sufrimiento y experimenta una falta de sentido, de coherencia y finalidad o lo que es lo mismo: un vacío existencial.
Frankl afirma que este vacío es la raíz de muchos trastornos mentales. Es decir, el quiebre en la dimensión noética o espiritual, esa sensación de que la existencia no tiene sentido, se expresa en la dimensión psicológica a través de tres grupos de síntomas principales:
De esta manera, las personas atrapadas en el vacío existencial es como si cubrieran su mirada y su sentir con un velo inconsciente, ese que le impide encontrar el significado de su vida y que les lleva a la insatisfacción crónica y a la desesperación. Entonces, ¿qué hacer para encontrar ese sentido?
“Obra así, como si vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho tan desacertadamente como estás a punto de hacerlo ahora”.
-Viktor Frankl-
Según el psicólogo suizo Carl Jung, el hombre necesita encontrar significado para poder continuar su camino en el mundo. Por lo tanto, sin ese significado, está perdido en la nada, en tierra de nadie, deambulando en el laberinto de la existencia.
Frankl hace hincapié en que el camino hacia el sentido está mediado por los valores y que es la conciencia social el instrumento que lo revela. Ahora bien, a pesar de que los valores surjan desde una intimidad personal, acaban culminando en unos valores universales, que coinciden con los sistemas culturales, religiosos o filosóficos.
Por lo tanto, la conexión con el otro es importante para no perder el sentido de la vida, al igual que el mantenimiento de vínculos afectivos, siempre y cuando, no se ponga toda la responsabilidad de ser feliz en ellos. De alguna forma, una vida con sentido es una vida arraiga en lo social.
El sociólogo y filósofo francés Durkheim refleja muy bien el problema del desarraigo social y las consecuencias que conlleva:”[cuando el individuo] se individualiza más allá de cierto punto, si se separa demasiado radicalmente de los demás seres, hombres o cosas, se encuentra incomunicada con las fuentes mismas de las que normalmente debería alimentarse, ya no tiene nada a que poder aplicarse. Al hacer el vacío a su alrededor, ha hecho el vacío dentro de sí misma y no le queda nada más para reflexionar más que su propia miseria. Ya no tiene como objeto de meditación otra cosa que la nada que está en ella y la tristeza que es su consecuencia“.
Ahora bien, no se trata de buscar culpables, ni salvadores, sino más bien de adoptar una actitud reflexiva y responsable que nos permite indagar en nuestro interior, encontrar un propósito y salir de ese vacío existencial. Porque bien es cierto que no hay pregunta más complicada que cuál el sentido de la vida para nosotros.
Es conveniente afirmar que existen múltiples maneras de definir el sentido de la vida, tantas como personas e, incluso, cada uno de nosotros podemos cambiar nuestro propósito vital a lo largo de nuestra existencia. Por lo tanto, lo que importa, como afirmaba Viktor Frankl, no es el sentido de la vida a nivel general, sino qué significado le damos en un momento dado.
Además, Frankl afirma que no deberíamos indagar en el sentido de la vida, sino comprender que es a nosotros a quienes se nos inquiere. O sea, podemos contestar a la vida respondiendo a nuestra propia vida. Esto quiere decir que la responsabilidad es la esencia íntima de nuestra existencia.
Porque aunque hayamos invertido tiempo, energía, esfuerzo y corazón, la vida, a veces, no es justa. Y a pesar de que en estos momentos venirse abajo sea totalmente comprensible, tenemos dos opciones: aceptar que no podemos cambiar lo ocurrido, que no hay nada que hacer y somos víctimas de las circunstancias o bien, aceptar que efectivamente no podemos cambiar lo que nos ha ocurrido, pero sí nuestra actitud hacia ello.
Por lo tanto, somos responsables de nuestros actos, de nuestras emociones y pensamientos, de nuestras decisiones. Y por ello, tenemos la opción de decidir por qué, ante qué o ante quién nos consideramos responsables.
Por lo tanto, el sentido de la vida siempre está cambiado, nunca cesa. Cada día y cada momento tenemos la oportunidad de tomar decisiones que determinarán si quedamos sujetos a las propias circunstancias o si bien actuamos con dignidad, escuchando a nuestro verdadero yo con responsabilidad y libre de las trampas del placer y la satisfacción inmediata.
“El ser humano no es una cosa más entre otras cosas,
las cosas se determinan unas a las otras; pero el
hombre, en última instancia es su propio
determinante. Lo que llegue a ser dentro
de los límites de sus facultades y de
su entorno lo tiene que hacer
por sí mismo”.-Viktor Frankl-