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Cuentan, que había una vez un árbol que tenía la extraña peculiaridad de que cada vez que le brotaba una hoja verde y llena de vida, al mismo tiempo y en dirección opuesta le brotaba otra negra y sin fuerza. El árbol sentía la vida que le proporcionaba tener hojas verdes pero no alcanzaba a comprender el porqué de las negras que las sentía como un lastre.

¿Porqué su naturaleza vegetal no se desprendía de tanta carga inútil?
Y así crecía muy lento nuestro arbolito, gastaba demasiada energía rechazando con toda su madera e intentando comprender, y apenas tenía hojas y ramas.
En los arboles vecinos no se apreciaban hojas negras y se lamentaba por ser tan diferente. Siempre tenía la esperanza de que un día empezaran a caerse las hojas negras y ese era su único deseo.

Pero la vida le concedió otro regalo; la comprensión de que las hojas negras nunca se caerían!.
Al principio creyo morir y sufrió como nunca. Este sufrimiento le hizo darse cuenta de que
TIENE MÁS SENTIDO INTENTAR ACEPTAR QUE INTENTAR COMPRENDER.

Y eligió cambiar, decidió relacionarse con todas sus hojas de otra forma. Al fin y al cabo, las hojas verdes que tenía, ahora se daba cuenta, eran preciosas y cuanto más apreciaba y agradecía a las hojas verdes, más crecían y más vigorosas se ponían y a su lado, como siempre, otra hoja negra, pero estas ya no le molestaban demasiado.
Y así empezó a crecer como nunca, su tronco, sus ramas, sus hojas verdes y negras… parecía que más que el sol y el agua, era su apreciación lo que lo hacía crecer, y empezó a echar ramas enormes que se abrían al cielo y que se llenaban de más y más hojas verdes y negras. El árbol estaba que se salía de su copa, amaba tanto a sus hojas verdes y había conseguido aceptar tanto a sus hojas negras, que creció como ninguno y ya centenario y sabiendo que la vida ya no le regalaría muchas más hojas ni tiempo, tomó otra gran decisión; de alguna forma había empezado a tomarle cariño a sus hojas negras y decidió INTENTAR AMARLAS.

No sabía cómo empezar, nunca se había fijado en ellas, nunca las había mirado de verdad como a las verdes. Pero se había propuesto amarse completamente tal y como era y miró como nunca antes lo había hecho.
Y entonces se dió cuenta de que NO TENÍA HOJAS NEGRAS!! y de que lo que parecían hojas negras no era otra cosa que la sombra de las verdes.
Fué entonces cuando descubrió que no solo necesitaba las hojas para sobrevivir, sino su sombra que refrescaba las ramas y tronco. Y su amor y agradecimento por tanta comprensión fue tan grande que ahora podía comprender más. Comprendió que necesitó creer en hojas negras para aprender a aceptar lo que no podía comprender. Y amó como nunca antes lo había hecho, a sus hojas verdes, a las negras, a la sombra y a la luz. A todas las realidades presentes y a sus ilusiones pasadas.
Y la fuerza de ese amor obró el milagro.
Cada hoja negra que antaño rechazaba, ahora se transformaba en esferas de colores y las sombras, en luces de comprensión y brillo.
Y así permanece desde entonces.
Lleno de hojas, de luz y colores y con la estrella de la comprensión en su copa como una eterna sonrisa.
Cuentan que cada año por navidad, el espíritu del árbol se cuela en tu hogar para darte de nuevo la oportunidad de elegir, de agradecer lo que aprecias, de aceptar lo que rechazas y quien sabe si, como aquel árbol, llegar a trasformarte para siempre en luz y colores.
Lo opuesto al miedo es el amor pero aquello que todo lo abraza no puede tener opuestos.
Mas alla del “bien” y el “mal” está el AMOR que abraza los opuestos.