Soltar a mamá no es dejarla de lado, ni siquiera es necesario poner distancia de por medio o privarla de compartir nuestros logros.
Soltar a mamá es, una vez que somos adultos, traerla con nosotros de este lado, a ellas les cuesta dejar el periodo de la niñez, les asusta que vayamos a equivocarnos o que no hayamos aprendido a cuidarnos, entonces, es momento de demostrar que si podemos, con hechos más que con palabras.
Soltar a mamá es mostrar que crecimos y el que crece comprende y asume responsabilidades sin dejar de ver el bien común, es dejar de pedir permiso y comenzar a cumplir promesas, es cambiar regaños por no causar preocupación, es asumir riesgos sin dejar de bajar la cabeza, para pedir su bendición.
Soltar a Mamá es regresárle la misma dedicación que mostró hacia nosotros, para desvanecer sus miedos, es darle tiempo para aceptar que terminó la obligación en ella y llegó la convicción en nosotros: “te libero de mí, pero no te dejaré nunca porque te amo”, el amor y la gratitud supera por mucho la necesidad y la costumbre.
Soltar a mamá es decir gracias, es incluirla, es ver a la mujer y respetar sus elecciones, es graduarla y darle todos los honores, es compartirle nuestros aciertos que son también los suyos, porque un adulto entiende que estaba improvisando movida por el amor y que la mayor de sus elecciones fue querernos, razón más que suficiente para honrarla toda la vida.
Soltar a mamá es comenzar a disfrutarla y con ello honrar nuestro pasado, evitemos terapias en ese sentido, estamos a tiempo, reinstalemos a nuestras madres en el mismo lugar donde estamos colocados ahora que crecimos, en el de los adultos, en el de los maduros, en el de los seres humanos, no atrás, no adelante, a nuestro lado, pues sin ella, nunca hubiéramos llegado.