Sanar el pasado para permitirnos avanzar no siempre es fácil. Por término medio, solemos llevarlo con nosotros; todo ese equipaje del ayer queda integrado en cada partícula del propio ser, diluyéndose en el pensamiento, incrustándose en cada actitud limitante, en cada miedo y noche de insomnio. Así, y aunque sea imposible olvidar todo lo experimentado, podemos afrontarlo para aprender a vivir con ello sin dolor.
Decía Goethe con gran acierto que el día es excesivamente largo para quien no lo sabe apreciar o emplear. Es cierto, y más cuando ese alguien transita por el universo psicológico de la angustia y el desánimo. En esos estados donde solo habita el sufrimiento como resultado de un trauma o una vivencia adversa situada en el ayer, resulta muy difícil apreciar el presente.
Lo es en primer lugar, porque la memoria es obsesiva, porque tiene una tendencia casi desesperante para hacernos recordar lo que un día dolió tanto, lo que nos decepcionó o lo que llegó sin que lo esperásemos y no supimos afrontar. Ahora bien, algo que debemos entender es que quien más y quien menos ha experimentado en alguna ocasión un impacto emocional.
Hay personas que, ante unas mismas circunstancias, logran sortear lo vivido sin mayores secuelas. Otras en cambio, se llevan consigo enormes lastres que no saben manejar, que engullen y arrastran de manera prolongada sin saber qué hacer. No todos reaccionamos de igual modo ante la adversidad, es cierto, pero todos podemos darnos una nueva oportunidad para superar el pasado y apreciar el presente.
«Hay un delicado equilibrio entre honrar el pasado y perderse en él».
-Eckhart Tolle-
Cuando hablamos de nuestra necesidad de sanar el pasado, podemos estar refiriéndonos a muchas cosas. Los traumas tienen infinitas formas e infinitos orígenes. En ocasiones, el simple hecho de haber vivido una larga temporada en una situación de estrés (como el que se puede experimentar en un puesto laboral en malas condiciones) también deja grande secuelas.
Hay, por ejemplo, sufrimientos presentes que parten de hechos muy puntuales (la muerte de un familiar, por ejemplo). Otras veces, es el resultado de un estrés continuado, como el que puede sufrir alguien que vive en un barrio conflictivo o incluso el que puede experimentar un niño durante todo un año escolar sufriendo bullying.
Sea como sea, la necesidad de sanar el pasado para vivir un presente más digno y satisfactorio es esencial. Estudios, como el llevado a cabo en la Universidad de Medicina de Nueva York, por parte de la doctora Marylene Coitre, nos señalan algo importante. Si hemos sufrido en el pasado algún tipo de trauma y no lo hemos tratado, ese estrés postraumático irá en aumento. Esa vulnerabilidad hará que corramos el riesgo de sufrir nuevos hechos adversos (rupturas afectivas, pérdida del trabajo, etc.).
Veamos ahora unas claves básicas en las que reflexionar para sanar el pasado.
Algo que oímos con mucha frecuencia es aquello de que para superar lo que duele, hay que sacarlo. Hay que compartirlo, hablar de ello, desahogarse. Bien, esta idea tiene matices.
Queda claro, por ejemplo, que en toda relación de maltrato hay un agresor y una víctima. Asimismo, también es víctima el niño que es acosado, el trabajador que sufre mobbing y las personas que viven un desastre natural y pierden todo lo que tienen. Ahora bien, tras esas vivencias la víctima tiene dos opciones.
El estrés postraumático deriva a menudo en trastornos de ansiedad. Es común que los traumas acaben traduciéndose en muchos casos en ataques de pánico, en situaciones donde poco a poco perdemos el control sobre nosotros. Para sanar el pasado hay que gestionar la ansiedad. Porque es ella quien nos retrotrae al pasado que duele, ella quien nos inmoviliza, quien nos trae las noches de insomnio, el agotamiento, el dolor de cabeza…
En estos casos, aprender técnicas de respiración, de relajación y de gestión del estrés y la ansiedad, nos serán de valiosa ayuda. No dudemos por tanto en solicitar ayuda si así lo necesitamos. Para concluir, decía don Ramón Gómez de la Serna, que en los ríos pasan ahogados todos los espejos del pasado. El ayer ya no existe, se lo lleva la corriente de la vida, y aunque en él queden reflejados retazos de cosas que nos hicieron daño, nuestra es la obligación de dejar de mirarnos en esos reflejos.
Porque es en el presente donde brillan las oportunidades, es en el aquí y ahora donde surge el auténtico compromiso con nosotros mismos. No lo desaprovechemos, aprendamos a sanar el pasado.