“A donde vaya tu atención, irán tus emociones”
Ya desde las primeras semanas de vida van surgiendo intereses particulares en relación con lo que perciben nuestros órganos de los sentidos. Son tantas las informaciones que el cerebro comienza a procesar, que debemos filtrar muchas de ellas para enfocarnos en las que vamos considerando relevantes, seguramente motivados por lo que se insinúa como afinidades desde lo experimentado con agrado.
Estar en presente y reconocerlo como un regalo, es sintonizarse con la atención plena (Mindfulness), sin emitir juicios, fluyendo y aceptando; con la única intención de rescatar el equilibrio y el bien-estar que conduzcan a la felicidad. Vivir en ese único tiempo, el del corazón, el del instante de cada instante, el del justo sendero del medio, sin ataduras con el pasado y sin deudas frente al futuro, es renacer a la inocencia, a la inofensividad y a la transparencia. Es reconquistar la capacidad de disfrutar y regocijarse con lo más elemental, renunciando al control y a la certidumbre, asumiendo la más amable y digna de las posturas frente a la vida, sin resistencias banales o intrascendentes y permitiéndonos transitar por la existencia, desde lo que nos inspira y genera un nuevo gradiente para darle sentido a los sentidos.
La actitud de atención invita a abandonarse a la Fuente, a aquello con lo que conectamos para que la semilla del Plan Divino vibre al unísono con esa Inteligencia Mayor y así superar la adversidad desde el resiliente que habita en nosotros y con el talante que resalta la bondad y la belleza en los otros. Desde el que escucha y observa pacientemente los pensamientos que desfilan de manera caprichosa, para cambiar la percepción de la realidad, evitando el colapso.
En estas circunstancias el tiempo fluye de otra manera y permite comprender que lo “imposible” solo tarda un poco más y que probablemente estamos a un solo pensamiento de cambiar nuestras vidas. Ya no hay espacio para las distracciones pero sí para disolver el Ego y, desde la sabiduría y la paciencia, recuperar el Espíritu que invita a renunciar al temor y a las etiquetas, a reanudar la búsqueda por el Sendero del Silencio, en el que florecen las respuestas a los interrogantes planteados con Conciencia y desde donde el propósito justifica el sufrimiento pasajero que afina el carácter.
Es pues, el momento de recuperar los valores compartidos, la mirada apreciativa, la compasión, los lazos, la ternura, los “te quiero”, para que el proyecto de vida nos trascienda y comulguemos en la misma aspiración.
Autor: Alejandro Posada Beuth