La transformación social, según Mahatma Gandhi, empieza por uno mismo. No exijas cambios sociales si tú mismo no te has transformado en el cambio que quieres ver.
Satish Kumar
La India, que había conseguido la independencia de los británicos en 1947, era un país que empezaba a emerger. Había un gran debate sobre la dirección que debía tomar. Algunos eran partidarios del comunismo; el éxito de la Unión Soviética y China era una luz estimulante para la juventud activista y radical india. Otros, los partidarios de la libertad empresarial, miraban hacia el modelo americano capitalista e industrialista. Luego estaban los socialistas demócratas, que querían una economía mixta, en la que se conjugara lo mejor de las teorías de Marx y Adam Smith.
Pero Mahatma Gandhi tenía una visión diferente del mundo. Veía la falacia, la estrechez y el utilitarismo sobre los que se basaban y se construían tanto el socialismo como el comunismo y el capitalismo. En lo esencial no se diferenciaban mucho entre sí. Lo que pretendían estos sistemas era explotar y subyugar la naturaleza para el beneficio humano. No podía decirse que fueran sistemas holísticos. Bajo el título de sarvodaya, Mahatma Gandhi diseñó un sistema mediante el cual los seres humanos minimizaban sus necesidades materiales y maximizaban su calidad de vida a través de valores espirituales, culturales, artísticos y humanos.
El término sarvodaya está formado por sarva y udaya. El primero, sarva, significa «todos» —no solo los seres humanos sino todos los seres vivos—, y udaya quiere decir «bienestar». Sarvodaya incluye toda vida, sin excluir ninguna. Según esto, los animales, los insectos, las plantas, los bosques, las montañas, los ríos y también las personas tienen un valor intrínseco. Las personas no tienen más derecho a explotar la naturaleza del que tienen de explotar a otras personas. El deber de los seres humanos es recibir los regalos de la naturaleza con agradecimiento y humildad para dar respuesta a sus necesidades básicas y reponer lo que de la naturaleza han tomado. Mahatma Gandhi decía que en el mundo hay bastante para cubrir las necesidades de todos, pero no hay lo suficiente para satisfacer la codicia de una sola persona.
Cuando Mahatma Gandhi escribía en las décadas de 1920 y 1930, puede decirse que las nociones de medio ambiente o ecología no aparecían en los programas de nadie. Gandhi nunca se calificó a sí mismo como medioambientalista, sin embargo, su ideario daba cuenta de la necesidad de respetar el planeta, reverenciar la vida y reconocer nuestra profunda relación con el aire, el agua y la tierra.
En la mente de la mayoría de las personas, el significado de no violencia se limitaba a respetar la vida humana, evitar el conflicto humano, eliminar las posibilidades de guerra; pero para Gandhi la no violencia era una noción de mucho mayor alcance y profundidad. Debemos ser no violentos con nosotros mismos, con las demás personas y con la naturaleza. Mahatma Gandhi sabía que nuestra ansia, nuestro deseo y nuestra codicia no tienen límites. La Tierra, finita, no puede satisfacer la codicia, infinita, de una población en constante crecimiento.
Según el punto de vista gandhiano, contención no significa privaciones, hambre ni miseria; contención significa conocer la medida adecuada y vivir dentro de nuestros límites, reconociendo que hay otras especies que también necesitan espacio, alimento, bosques y agua. Las personas no tienen derecho a quedarse con la parte de otros seres. Este es el principio que lleva a una vida de elegante simplicidad.
Sarvodaya no reconoce la superioridad de la especie humana por encima de otras especies. La humana se merece el mismo respecto que las demás especies. Por ejemplo, cuando queremos fruta, es importante el árbol que nos la proporciona.
En la filosofía de sarvodaya no hay jerarquía alguna entre las especies. Todos tenemos nuestro lugar en el universo, estamos hechos los unos de los otros, todos estamos relacionados. Sin embargo, si como especie humana estamos en una posición de poder, no solo explotamos la naturaleza, sino que además tiramos nuestros residuos a la atmósfera y la contaminamos, lo cual provoca parte del calentamiento global; o al océano, lo cual contamina el mar; o a la tierra, lo cual degrada el suelo y lo erosiona. Solo si garantizamos el bienestar de la tierra, el aire y el agua, aseguraremos nuestro propio bienestar.
Si el bienestar de todos (sarvodaya) es el ideal para la sociedad, entonces swaraj (autogobernanza) es el medio político para lograrlo. Mahatma Gandhi no era ni un simple idealista ni un filósofo de sillón. Era un hombre práctico y de acción. Un ideal solo era bueno si se podía poner en práctica.
El término swaraj también está formado por dos palabras: swa y raj. Swa significa «yo» y raj significa «brillar». Dicho de otro modo, el brillo del yo y el yo que brilla.
Mahatma Gandhi tomó su modelo de autogobierno de la naturaleza. Los sistemas humanos tienen que ser como los sistemas de la Tierra, que se autoorganizan, se autosostienen, se automantienen y se autogobiernan. Sea cual sea el sistema de gobierno que adoptemos, su misión debería ser el de una simple, sutil e invisible coordinación. Como el hilo del collar. El hilo no se nota, pero allí está. De un modo parecido, el gobierno allí está, pero los ciudadanos son tan capaces que pueden gestionar sus propios asuntos principalmente a escala local. El máximo poder, pues, está en manos de comunidades de escala humana, incluido el mantenimiento de la ley y el orden esenciales, la prestación de atención médica y educación y la organización del comercio y el transporte.
Para establecer la autogobernanza, necesitamos educación moral a una escala masiva y también necesitamos confiar en la bondad innata de las personas y en su sentido ético.
Según la tradición india, todas las criaturas, humanas y no humanas, son fundamentalmente buenas. Como el agua y el aire, las almas humanas son puras. La contaminación y la polución son una aberración, no la norma. El egoísmo, la codicia, la explotación de los otros y la búsqueda del poder sobre los demás han nacido a partir de determinadas condiciones sociales y económicas. Si somos capaces de restaurar la justicia social y económica y valorar a las personas por sus cualidades positivas como la bondad, la compasión y la generosidad, en lugar de hacerlo por su riqueza, su poder y condición, la gente aspirará a desarrollar sus propias cualidades espirituales, en lugar de competir por las ventajas materiales.
La clave para el éxito del autogobierno es la escala adecuada de la organización. En comunidades más pequeñas, todo el mundo se conoce; por lo tanto, cualquier problema, conflicto o dificultad puede ser identificado y solucionado inmediatamente. En cambio, en las ciudades o países de gran tamaño, existe un elevado grado de anonimato y secreto y por esta razón se necesitan grandes organizaciones para abordar la delincuencia, los conflictos y la violencia. Por lo tanto, para llegar a la autogobernanza necesitamos otorgar más poder a las comunidades locales y fomentar más actividad económica en el ámbito local. Entonces la carga de la gobernanza sobre los gobiernos centrales será mucho más ligera. Las reglas y ordenanzas serán más sencillas y se mantendrán localmente.
No es un sueño imposible. Los países pequeños como Suiza y Bután tienen un nivel mucho más alto de autogobierno que los países grandes como la India o Estados Unidos. Durante la mayor parte de la historia, las comunidades indígenas han tenido un grado mucho mayor de autogobierno basándose en su modelo descentralizado. La idea del estado nación a gran escala es un fenómeno relativamente reciente. La Unión Soviética era un sistema centralizado y monolítico, pero al final acabó en estados más pequeños. Con una mayor descentralización del poder no tienen por qué salir perdiendo los servicios esenciales y el bienestar de la gente. La centralización del poder tiene dos motivos. El primero es la falta de confianza en las personas —se teme que las personas no sepan gestionar sus asuntos en la esfera local—. En segundo lugar, los que están en lo más alto de los grandes aparatos gubernamentales pueden ejercer mayor control y salir ganando con ello.
La idea de Gandhi sobre el autogobierno no contiene ninguno de estos dos motivos. En el autogobierno se debe confiar en las personas, en su capacidad para gestionar sus asuntos y en su buen sentido para discernir entre el bien y el mal. Incluso si cometen errores, estos errores no serán peores que los que cometen los jefes de los estados que presiden grandes gobiernos o los directores de grandes empresas.
No existiría la crisis económica que abruma cíclicamente a Europa y Estados Unidos si el poder político y económico estuviera en manos de las comunidades locales porque estas tendrían más seguridad en sí mismas e identificarían el problema en una fase precoz. Incluso si en ocasiones tuvieran fallos, el impacto de estos sería más suave y limitado.
El principio del autogobierno consiste en la participación de las personas en la vida política y no en el control de los demás sobre esta. En consecuencia, es una vía para la autodeterminación, un foro de verdadera democracia, en lugar de la plutocracia y la burocracia que se practican mayoritariamente en Europa, India y Estados Unidos bajo el nombre de democracia. Los estados grandes y centralizados no han conseguido dar con soluciones a la mayoría de problemas humanos. Por ejemplo, la pobreza sigue existiendo incluso en Estados Unidos, por no hablar de África, India o China. En un país como Estados Unidos, con sus abundantes recursos y un enorme territorio, bendecido con la ciencia y la tecnología más pionera, sigue habiendo delincuencia, depresión, analfabetismo, personas sin techo y drogadicciones a escala masiva. Entonces, ¿cuál es la ventaja de tener un súper poder tan centralizado que es incapaz de atender a su propio pueblo?
Los grandes estados no solamente no han resuelto el problema de la pobreza y las carencias sociales, sino que además son una importante causa de conflictos. Países como Bután, Noruega o Costa Rica no pueden permitirse entrar en guerra contra países remotos o tener armas nucleares o subyugar a sus vecinos. Si queremos eliminar o por lo menos mitigar problemas como la pobreza, las carencias sociales y los conflictos internacionales, tenemos que escuchar a Gandhi y explorar la posibilidad de reorganizar nuestros estados naciones para convertirlos en unidades autogobernadas de escala humana.
Sin embargo, tal como comenta el profesor canadiense Anthony Parel en un reciente libro, «El swaraj que quería Mahatma Gandhi no solo requería el swaraj político (autogobierno) de la nación, sino también el autogobierno espiritual o swaraj de los ciudadanos».
Así pues, swaraj significa autogobierno más que gobierno sobre los demás. Si la política, la economía y las organizaciones sociales se construyen sobre la base de la transformación espiritual, la política y los negocios volverán a adoptar la forma de servicio público y la fractura entre lo político y lo espiritual se cerrará.
Gandhi insistía sobre todo en la dimensión espiritual del swaraj porque, según decía, la persona que no es libre no puede liberar a las demás.
El tercer concepto que desarrolló Gandhi es la economía local (swadeshi), también basado en el principio de participación de todos los ciudadanos en las actividades económicas de su comunidad. Swa quiere decir «yo» y desh significa «lugar». El término fue acuñado durante el movimiento por la independencia de la India. En aquel momento, el algodón indio se exportaba a Inglaterra, en cuyas fábricas se convertía en tejido, y luego volvía a la India para ser vendido y obtener grandes beneficios. Así se arruinó la industria india del algodón.
La economía que dependía de las importaciones y exportaciones a larga distancia era una economía para obtener beneficios, no una economía para las personas. Por esto Gandhi lideró el movimiento para el swadeshi, boicoteando no solo los productos hechos en Inglaterra, sino también los que se fabricaban lejos, en ciudades indias como Bombay, Chennai o Kolkata. Fue en este contexto en el que Gandhi introdujo de nuevo la rueca animando a la gente a que hilara el algodón y lo tejiera localmente como una forma de integrar y cohesionar la comunidad con los medios de subsistencia, el arte y la artesanía.
El swadeshi da lugar al trabajo dignificado, hace que la gente tenga más confianza en sí misma, que sea más autosuficiente y no dependa de los grandes fabricantes, comerciantes e inteligentes explotadores que desean acumular más y más beneficios en unas pocas manos.
Mahatma Gandhi creía que lo que podía hacerse localmente y a mano, con herramientas y tecnologías sencillas, tenía que ser protegido (por ejemplo, la producción de alimentos, prendas de vestir, muebles y objetos decorativos, ollas y sartenes, y casas). Las tecnologías sofisticadas, a gran escala y que requieren mucho capital solo deberían utilizarse para lo que no pudiera hacerse localmente, a mano y con herramientas sencillas. La tecnología debería estar al servicio de las personas y no las personas al servicio de la tecnología. Cuando la tecnología y la economía se hacen las dueñas y las personas se convierten en instrumentos al servicio de la máquina industrial, entonces el trabajo se convierte en destructor del alma, destructor del medio ambiente y perjudicial para la armonía de la sociedad.
La globalización es la antítesis del swadeshi. La globalización depende de grandes sistemas de transporte que requieren excesivas cantidades de combustibles fósiles, lo cual provoca tremendas emisiones de carbono que causan el cambio climático. Una economía local es la garantía que asegura los medios de vida de un modo sostenible con una huella de carbono más pequeña.
La espiritualidad no consiste solo en sentarse con las piernas cruzadas y los ojos cerrados entonando «paz, paz, paz», o en ir a la iglesia los domingos y cantar dulces himnos, o en leer los Vedas, el Corán o la Biblia, o llevar a cabo otras prácticas religiosas parecidas. El trabajo local transforma la ganadería y la agricultura, así como actividades como hilar, tejer y fabricar objetos de uso diario, y las convierte en un acto de devoción y servicio. Como dijo san Benito: «Trabajar es rendir culto»; pero solo es culto cuando quien lo rinde usa su imaginación y su creatividad en su quehacer. El trabajo no puede ser culto o práctica espiritual cuando quien lo realiza se limita a ser una mera unidad laboral que participa en una ingrata tarea para algún mercado lejano, que trabaja solo para ganar dinero y pagar sus facturas. La economía industrial, global y de libre comercio ha destruido el trabajo con sentido.
El trabajo local, descentralizado y humano, basado en la vocación de los trabajadores es bueno para el alma y tiene más probabilidades de ser positivo también para la sociedad y para el medio ambiente.
La filosofía del bienestar de todos, la política del autogobierno y la autoorganización y la economía de la autosuficiencia local ofrecen un programa completo y una solución holística para la mayoría de nuestros problemas contemporáneos, como el creciente desempleo, el agotamiento de los recursos naturales, la amenaza del cambio climático, los conflictos internacionales, la pobreza global, la marginación, la mala salud y la delincuencia. Estos tres preceptos gandhianos dan la posibilidad de que todos y cada uno de los individuos participen plenamente en los asuntos de sus respectivas comunidades. Estos preceptos empoderan a las personas, refuerzan las comunidades, simplifican los sistemas sociales y crean políticas con sentido.
El capitalismo en lugar del bienestar de todos, las políticas centralizadas en lugar del autogobierno y la economía global en lugar de la local llevan al mundo a una peligrosa degradación medioambiental, a una total desatención de los valores espirituales en la política y a una completa confusión de objetivos en las organizaciones sociales, lo cual constituye los principales aspectos del sufrimiento humano.
Del mismo modo que los socialistas consideran a Marx su filósofo y los capitalistas a Adam Smith su guía, Gandhi debería ser el mentor del movimiento para la sostenibilidad que trabaja por un futuro justo en el que reine la paz. En una ocasión, le preguntaron a Mahatma Gandhi: «¿Qué piensa sobre la civilización occidental?», y él respondió: «Pienso que sería una buena idea». Respondió así porque la llamada civilización occidental está construida sobre la violencia, la agresión, la explotación de la naturaleza y de las personas, la competencia y el control. Una sociedad capaz de construir y usar armas nucleares no puede llamarse civilizada. Una civilización capaz de poner a los animales en granjas industriales y tratarlos con crueldad no puede llamarse civilizada. Una sociedad capaz de devastar bosques y otras coberturas forestales para producir más y más alimentos y luego desperdiciar una gran parte de ellos no se puede llamar civilizada. Una sociedad capaz de tolerar que una tercera parte de ella carezca de alimentos, de techo, de educación o de medicinas no se puede llamar civilizada. Una sociedad que puede hacer la vista gorda ante el trabajo infantil y pagar sueldos miserables a los trabajadores de los países pobres no se puede llamar civilizada.
Tras una fachada de democracia, derechos humanos, libertad de expresión y estado de derecho, las instituciones occidentales se fundamentan en principios como el egoísmo, la codicia, el materialismo, el consumismo y el elitismo, en una palabra, en «violencia». El futuro que quiere construir el movimiento verde y para la sostenibilidad se basa en el principio de la no violencia: no violencia con la naturaleza, con uno mismo y con todos los demás.; y esta no violencia tiene que ser el principio fundamental de la política, la economía, la educación, los negocios, los asuntos internacionales y todas las actividades humanas, sin hipocresía y sin excepciones.
Occidente prefiere una ley para sí mismo y otra para el resto, porque cree que puede hacer lo que quiera para proteger su propia seguridad, pero que nadie más puede hacer lo mismo. El lema subyacente en la civilización occidental es copien nuestra forma de comerciar, nuestra tecnología y nuestro consumismo para que nosotros nos podamos beneficiarnos de sus mercados.
Para Gandhi, cuya visión era desde la perspectiva de un país no occidental, esto no es civilización. La civilización tiene que construirse sobre una base de equidad, respeto mutuo, bien común, justicia, honradez, en una palabra, «no violencia» de pensamiento, palabra y obra.
No existe mejor principio que guíe al movimiento verde que el principio de la no violencia, que solo prescribe que hagas lo que hagas, te asegures de que tu acción no perjudica ni a la tierra ni a la naturaleza ni a ti mismo —psicológicamente, emocionalmente, espiritualmente y físicamente— ni a los demás —económicamente, políticamente o culturalmente—. Sigue la regla de oro: no les hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti.
Tenemos que ir más allá de la Revolución Francesa, que proclamaba libertad, igualdad y fraternidad. Sin el contexto global de no violencia y sin la trinidad holística formada por tierra, alma y sociedad no tendremos un mundo civilizado.
Si distintas organizaciones, ONG y grupos, así como individuos que trabajan en el campo del desarrollo y el medio ambiente desean encontrar un terreno común en el que trabajar conjuntamente por nuestras diferentes pasiones, actividades, programas y proyectos, entonces la no violencia es ese terreno común. Los conceptos y prácticas gandhianos del bienestar de todos en redes autoorganizadas, de base local y dinámicas ofrece un detallado plan de acción y transformación.
Esta transformación, según Mahatma Gandhi, empieza con uno mismo. No le pidas a nadie que se transforme si tú mismo no te has transformado.